El
cuervo y el zorro
Había una vez un cuervo
que descansaba en un árbol, tras haber logrado robar un queso de la ventana de
una casa.
Cerca caminaba un zorro que olió el fuerte aroma, vio al cuervo y le dijo:
Cerca caminaba un zorro que olió el fuerte aroma, vio al cuervo y le dijo:
¡Hola! Qué buen día
hace, además tu plumaje es muy bonito. Le queda muy bien.
El cuervo se sintió muy
bien con lo que le dijo el zorro. Le entraron ganas de cantar para celebrarlo,
abrió el pico, pero entonces dejó caer el queso.
El zorro, sonriendo,
corrió hacia el queso y lo atrapó con la boca antes de caer al suelo.
Moraleja: presta
atención cuando alguien te dice cosas bonitas. Puede que sea por interés.
El
pájaro ruiseñor
Era un pájaro ruiseñor
muy alegre y divertido. Siempre andaba cantando pero era muy muy despistado.
Una noche cenando con su madre, esta le dijo que no debía cantar hasta mas tarde ya que los cazadores pasarían a esa hora y si estos les oían podrían matarle.
A la mañana siguiente como todos los días, el pájaro comenzaba a cantar para así atraer a sus presas. Olvidando lo que le dijo su madre, los cazadores le oyeron y se pusieron a disparar.
Afortunadamente al
pájaro le dio tiempo a esconderse, ya que oyó el canto de su madre avisando de
que estaban los cazadores en la zona
Moraleja: hay que estar muy atentos y escuchar a nuestros padres cuando nos hablen, ya que un descuido nos puede salir caro.
El
huevo de oro
Había una vez un rico comerciante de tela que vivía en un pueblo con su esposa y sus dos hijos. Tenían una gallina hermosa que ponía un huevo todos los días. No era un huevo normal, sino un huevo de oro. Sin embargo, el joven comerciante no estaba satisfecho con lo que solía obtener todos los días.
Quería conseguir todos
los huevos de oro de su gallina en muy poco tiempo. Por tanto, un día pensó y al
fin concluyó en un plan. Decidió matar a la gallina y juntar todos los huevos.
Al día siguiente,
cuando la gallina puso un huevo de oro, el hombre lo cogió, tomó un cuchillo
afilado, cortó su cuello y cortó su cuerpo abierto. No había nada más que sangre
por todas partes y ningún rastro de ningún huevo en absoluto. Estaba muy triste
porque ahora no conseguiría ni siquiera un solo huevo.
Debido a su codicia,
comenzó a ser más pobre y finalmente se convirtió en un mendigo.
Moraleja: Si deseas más, puedes perder todo. Es necesario estar satisfecho con lo que uno tiene y actuar sin codicia.
El
viento y el sol
-Yo soy el más fuerte,
cuando yo paso, los árboles se mueven; hasta puedo derribarlos si quiero- dijo
el viento.
-El más fuerte aquí soy
yo, yo no derribo árboles, pero puedo hacerlos crecer- Le respondió el sol.
-Voy a demostrarte que
soy el más fuerte ¿ves a ese hombre con chaqueta? Se la voy a quitar con mi
soplido- dijo el viento.
Así, el viento sopló
con todas sus fuerzas, pero mientras más fuerte soplaba, más fuerte el hombre
se aferraba a su chaqueta, y el viento se cansó de soplar.
Entonces fue el turno
del sol, y este, lanzando todos sus rayos hacia el hombre, hizo que se quitara
la chaqueta de tanto calor.
-Bien, tú ganas, pero
debes admitir que yo hice mucho más ruido- dijo el viento al final.
Moraleja: cada persona
tiene sus propias capacidades y a menudo vale más la maña que la feurza.
El
adivino
En la plaza pública de un pueblo, un adivino se encargaba de leer la fortuna de quienes le pagaban por ello. De un momento a otro, uno de sus vecinos se acercó para contarle que la puerta de su casa había sido rota y que sus pertenencias habían sido robadas.
El adivino se paró de
un brinco y corrió hacia su casa para ver qué había sucedido. Sorprendido al
entrar en su morada vio que ésta se hallaba vacía.
Uno de los testigos del
evento entonces preguntó:
– Tú, que siempre estás por ahí hablando del futuro de los otros, ¿por qué no predijiste el tuyo?
Ante esto, el adivino
se quedó mudo.
Moraleja: el futuro no puede ser previsto. No hay que confiar en aquellos que dicen que pueden predecir lo que va a pasar con nuestras vidas.
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