EL
GRILLO AFÓNICO
En una extensa pradera
vivía un grillo muy preocupado. Llevaba mucho tiempo afónico, a causa de un
fuerte resfriado, y todos los remedios ensayados habían terminado en fracaso.
La tristeza le embargaba, porque era muy aficionado a cantar y ahora no podía hacerlo,
como el resto de sus amigos y vecinos.
¡Qué desgraciado soy!
¡Mira que no poder cantar como todo el mundo!- se lamentaba el grillo un día sí
y otro también.
Un primo suyo, enterado
del sufrimiento del grillo afónico, vino a visitarle para darle ánimos.
Tu afonía no es un
problema grave- le dijo, con gesto tranquilizador. – Mira, yo formo parte de
una orquesta en la que todos somos muy amigos. En este momento nos hace falta
un trompetista y como ahora no puedes cantar pues he pensado en ti. Sé que
tocas de maravilla. ¿Qué decides?
¡Oh, gracias!- le
contestó el grillo- ¡Siempre me ha gustado tocar la trompeta! ¡Sí, entraré en
vuestra orquesta!
LA
AMISTAD QUE SALVA VIDAS
La amistad es uno de
los sentimientos más bellos y poderosos que existen. Dan igual las diferencias
o semejanzas que posean dos amigos, ya que la fuerza que les une es superior a
todo lo demás. Y esto lo saben muy bien una paloma y una hormiga que, de no
conocerse, pasaron a ser dos grandes e inseparables amigas.
Un día la hormiga se
vio atacada por una terrible sed y decidió acercarse a una charca cercana para
poder saciarla. A pesar de los intentos de la pequeña hormiga para no caer al
agua, el tronco sobre el que procuró deslizarse para beber giró con tan mala
suerte, que finalmente cayó. ¡Qué miedo sintió la hormiguita, tan pequeña y sin
saber nadar en el agua!
Por suerte una paloma
pasaba por allí y pudo ver el miedo de aquella hormiguita intentando salir del
agua sin ningún éxito. Y, rápida como el mismo viento, se aproximó volando
hasta alcanzar a la hormiga con el pico y posarla en tierra firme para ponerla
a salvo.
Muchísimas gracias
paloma. Estaba a punto de ahogarme y tú me has salvado. Te debo la vida – Dijo
la hormiga.
No me debes nada, todos
debemos ayudarnos si estamos en peligro, y tú lo estabas. Seguro que harías lo
mismo si se diese la ocasión – Respondió la paloma.
Y aquella ocasión de la
que hablaba la paloma en sentido figurado, tuvo lugar no lejos de aquel día.
Todo ocurrió cuando un cazador, una tarde de domingo, salió a buscar presas
para el almuerzo, con tan mala suerte de encontrarse con la paloma. Pero
finalmente, y a pesar de tener a la paloma completamente indefensa y a una
distancia perfecta, no pudo darle caza. El cazador, de repente, sintió un dolor
en la mano que le llevó a soltar la escopeta de un golpe.
¿Queréis saber qué
pasó? Pues que la hormiguita, que desde el día en que fue salvada de las aguas
seguía a la paloma sin hacer ruido, pudo comprobar el peligro tan grande en el
cual se encontraba inmersa su amiga. Y no dudó en subir por la pierna del
cazador hasta alcanzarle la mano y darle un buen bocado.
Gracias a la
intervención de la hormiga la paloma pudo escapar y, finalmente, la hormiga
pudo cobrar su deuda.
Una deuda que quedó, a
partir de entonces, sellada con una amistad eterna.
EL
BRILLO DE LA LUCIÉRNAGA
Un día como otro
cualquiera, en un campo no muy lejano, una mariquita y una mariposa, grandes
amigas, pasaban la tarde burlándose de una luciérnaga. La mariquita tenía unos
colores vivos que alegraban mucho el campo, al igual que la mariposa, cuyas
alas parecían teñidas de purpurinas. Presumidas por sus grandes cualidades
físicas, no lograban ver con buenos ojos a una luciérnaga vecina y, por ende,
no la querían como amiga.
Eres un bicho muy feo,
vecina- Dijo la mariposa sin ningún pudor refiriéndose a su vecina luciérnaga.
Mañana por la noche voy
a dar una vuelta por los prados. Me gustaría que vinierais vosotras también,
pues tengo una sorpresa que daros.
La mariquita y la
mariposa, que eran muy dadas a la curiosidad, decidieron aceptar la propuesta
de la luciérnaga acudiendo veloces en la noche al prado al que se refería su
vecina. Pero no lograban encontrar a la luciérnaga por ningún sitio.
Pronto,
sin embargo, un brillo extraordinario captó la atención de ambas. Sobre el
cielo oscuro de la noche parecía verse una estrella muy cercana y con un
resplandor brillante y precioso. La estrella pronto descendió posándose a los
pies de la mariquita y la mariposa. ¡Cuál fue el asombro de las dos al observar
que aquella estrella era en realidad la luciérnaga de la que tanto se habían
burlado!
Avergonzadas, pidieron
disculpas a la luciérnaga que las aceptó con mucho agrado, recordándoles
mientras se marchaban que, la mayoría de las veces, las apariencias engañan.
EL
AMANTE DE LOS PÁJAROS
Érase una vez un
pequeño ratón que pasaba todos sus ratos libres fuera de su ratonhogar,
observando a los pájaros y diferentes aves que surcaban los cielos. Aquél ratón
había quedado tan impresionado al ver volar a los pájaros que, desde entonces,
no tenía otra obsesión que la de hacer lo mismo. ¡Nada de huir de gatos ni
comer queso! ¡Ratón quería volar! «Debe ser tan maravilloso…» Se decía así
mismo completamente embelesado por el ir y venir de las aves.
Tal era su obsesión,
que no se le ocurrió otra cosa que empezar a coleccionar plumas que encontraba
por el suelo, caídas por accidente durante el aleteo incansable de los pájaros.
Así, hasta que se hizo con las suficientes plumas como para dar forma a su
ansiado sueño, y ni corto ni perezoso, se construyó dos hermosas y grandes alas
de preciosas y suaves plumas. A dichas plumas les colocó un arnés que había
encontrado en la basura, gracias al cual pudo sujetarse las plumas a la
espalda. Tras aquella operación se subió a la rama más alta de árbol que
encontró…
¡Ya está todo listo
para volar!- gritó el ratoncillo entusiasmado.
¡Pobre ratoncito! Nada
más arrancar sus nuevas y preciosas plumas, estas le dirigieron directo hacia
el suelo. Algo aturdido y con mucho dolor, el ratón comprendió que su plan no
había funcionado.
Durante semanas de recuperación en su ratonhogar, el
ratoncito comprendió que se lo tenía merecido por querer ser quien no era.
Metido en su camita con forma de queso, soñaba ahora con salir corriendo de un
lado a otro, con recoger los dientes de los niños, y con comer muuuucho queso.
Pasado un tiempo y
completamente recuperado, el ratoncito no paró de correr y de saltar. ¡Estaba
muy contento de ser como era! Y a partir de entonces fue muy feliz, y en sus
descansos de tanto correr, siguió observando con deleite a sus amados pájaros.
EL
POLLITO INQUIETO
Había una vez un
pollito al que su madre y sus cuatro hermanos le llamaban “El Inquieto”, ya que
siempre se aislaba en algún rincón de su corral buscando aventuras, y cuando
era la hora de comer o dormir, le ordenaban con energía para que volviera
pronto.
Cierto día, la mamá
gallina, juntó a sus cinco pollitos para ir a dar un paseo por el bosque, era
tan divertido el paseo que no se dieron cuenta que no estaba con ellos “El
Inquieto“. Cuando se dieron cuenta de su ausencia, optaron por repartirse y
tomar decisiones distintas para así buscarlo más rápido.
Al pollito
le entró el pánico, porque su hermano había sido cazado por el ave rapiña. Se
fue corriendo en busca de su mamá y sus hermanos para pasarle la voz del
peligro.
La madre gallina una vez alertada por su hijo, les ordenó a todos que
se camuflaran dentro de las ramas para no ser vistos por el gavilán.
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