sábado, 9 de junio de 2018

Cuentos Infantiles


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EL GRILLO AFÓNICO

En una extensa pradera vivía un grillo muy preocupado. Llevaba mucho tiempo afónico, a causa de un fuerte resfriado, y todos los remedios ensayados habían terminado en fracaso. La tristeza le embargaba, porque era muy aficionado a cantar y ahora no podía hacerlo, como el resto de sus amigos y vecinos.

¡Qué desgraciado soy! ¡Mira que no poder cantar como todo el mundo!- se lamentaba el grillo un día sí y otro también.
Un primo suyo, enterado del sufrimiento del grillo afónico, vino a visitarle para darle ánimos.

Tu afonía no es un problema grave- le dijo, con gesto tranquilizador. – Mira, yo formo parte de una orquesta en la que todos somos muy amigos. En este momento nos hace falta un trompetista y como ahora no puedes cantar pues he pensado en ti. Sé que tocas de maravilla. ¿Qué decides?
¡Oh, gracias!- le contestó el grillo- ¡Siempre me ha gustado tocar la trompeta! ¡Sí, entraré en vuestra orquesta!

Desde ese día, aquella orquesta fue la más famosa de toda la pradera y, aunque nuestro grillo siguió sin poder cantar, fue nombrado el mejor trompetista del campo. ¿Qué opináis de esto, amigos?

LA AMISTAD QUE SALVA VIDAS

La amistad es uno de los sentimientos más bellos y poderosos que existen. Dan igual las diferencias o semejanzas que posean dos amigos, ya que la fuerza que les une es superior a todo lo demás. Y esto lo saben muy bien una paloma y una hormiga que, de no conocerse, pasaron a ser dos grandes e inseparables amigas.

Un día la hormiga se vio atacada por una terrible sed y decidió acercarse a una charca cercana para poder saciarla. A pesar de los intentos de la pequeña hormiga para no caer al agua, el tronco sobre el que procuró deslizarse para beber giró con tan mala suerte, que finalmente cayó. ¡Qué miedo sintió la hormiguita, tan pequeña y sin saber nadar en el agua!

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Por suerte una paloma pasaba por allí y pudo ver el miedo de aquella hormiguita intentando salir del agua sin ningún éxito. Y, rápida como el mismo viento, se aproximó volando hasta alcanzar a la hormiga con el pico y posarla en tierra firme para ponerla a salvo.
Muchísimas gracias paloma. Estaba a punto de ahogarme y tú me has salvado. Te debo la vida – Dijo la hormiga.

No me debes nada, todos debemos ayudarnos si estamos en peligro, y tú lo estabas. Seguro que harías lo mismo si se diese la ocasión – Respondió la paloma.
Y aquella ocasión de la que hablaba la paloma en sentido figurado, tuvo lugar no lejos de aquel día. Todo ocurrió cuando un cazador, una tarde de domingo, salió a buscar presas para el almuerzo, con tan mala suerte de encontrarse con la paloma. Pero finalmente, y a pesar de tener a la paloma completamente indefensa y a una distancia perfecta, no pudo darle caza. El cazador, de repente, sintió un dolor en la mano que le llevó a soltar la escopeta de un golpe.

¿Queréis saber qué pasó? Pues que la hormiguita, que desde el día en que fue salvada de las aguas seguía a la paloma sin hacer ruido, pudo comprobar el peligro tan grande en el cual se encontraba inmersa su amiga. Y no dudó en subir por la pierna del cazador hasta alcanzarle la mano y darle un buen bocado.

Gracias a la intervención de la hormiga la paloma pudo escapar y, finalmente, la hormiga pudo cobrar su deuda.
Una deuda que quedó, a partir de entonces, sellada con una amistad eterna.

EL BRILLO DE LA LUCIÉRNAGA

Un día como otro cualquiera, en un campo no muy lejano, una mariquita y una mariposa, grandes amigas, pasaban la tarde burlándose de una luciérnaga. La mariquita tenía unos colores vivos que alegraban mucho el campo, al igual que la mariposa, cuyas alas parecían teñidas de purpurinas. Presumidas por sus grandes cualidades físicas, no lograban ver con buenos ojos a una luciérnaga vecina y, por ende, no la querían como amiga.

Eres un bicho muy feo, vecina- Dijo la mariposa sin ningún pudor refiriéndose a su vecina luciérnaga.

Pero la luciérnaga no respondía a aquellos comentarios burlones y despiadados, ni se sentía humillada ni avergonzada por su aspecto poco llamativo. Ella vivía tranquila segura de sí misma. Tanto, que un día se atrevió a enfrentarse a la mariquita y la mariposa proponiéndoles un interesante plan.

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Mañana por la noche voy a dar una vuelta por los prados. Me gustaría que vinierais vosotras también, pues tengo una sorpresa que daros.
La mariquita y la mariposa, que eran muy dadas a la curiosidad, decidieron aceptar la propuesta de la luciérnaga acudiendo veloces en la noche al prado al que se refería su vecina. Pero no lograban encontrar a la luciérnaga por ningún sitio. 

Pronto, sin embargo, un brillo extraordinario captó la atención de ambas. Sobre el cielo oscuro de la noche parecía verse una estrella muy cercana y con un resplandor brillante y precioso. La estrella pronto descendió posándose a los pies de la mariquita y la mariposa. ¡Cuál fue el asombro de las dos al observar que aquella estrella era en realidad la luciérnaga de la que tanto se habían burlado!

Avergonzadas, pidieron disculpas a la luciérnaga que las aceptó con mucho agrado, recordándoles mientras se marchaban que, la mayoría de las veces, las apariencias engañan.

EL AMANTE DE LOS PÁJAROS

Érase una vez un pequeño ratón que pasaba todos sus ratos libres fuera de su ratonhogar, observando a los pájaros y diferentes aves que surcaban los cielos. Aquél ratón había quedado tan impresionado al ver volar a los pájaros que, desde entonces, no tenía otra obsesión que la de hacer lo mismo. ¡Nada de huir de gatos ni comer queso! ¡Ratón quería volar! «Debe ser tan maravilloso…» Se decía así mismo completamente embelesado por el ir y venir de las aves.

Tal era su obsesión, que no se le ocurrió otra cosa que empezar a coleccionar plumas que encontraba por el suelo, caídas por accidente durante el aleteo incansable de los pájaros. Así, hasta que se hizo con las suficientes plumas como para dar forma a su ansiado sueño, y ni corto ni perezoso, se construyó dos hermosas y grandes alas de preciosas y suaves plumas. A dichas plumas les colocó un arnés que había encontrado en la basura, gracias al cual pudo sujetarse las plumas a la espalda. Tras aquella operación se subió a la rama más alta de árbol que encontró…

¡Ya está todo listo para volar!- gritó el ratoncillo entusiasmado.

¡Pobre ratoncito! Nada más arrancar sus nuevas y preciosas plumas, estas le dirigieron directo hacia el suelo. Algo aturdido y con mucho dolor, el ratón comprendió que su plan no había funcionado.

Durante semanas de recuperación en su ratonhogar, el ratoncito comprendió que se lo tenía merecido por querer ser quien no era. Metido en su camita con forma de queso, soñaba ahora con salir corriendo de un lado a otro, con recoger los dientes de los niños, y con comer muuuucho queso.

Pasado un tiempo y completamente recuperado, el ratoncito no paró de correr y de saltar. ¡Estaba muy contento de ser como era! Y a partir de entonces fue muy feliz, y en sus descansos de tanto correr, siguió observando con deleite a sus amados pájaros.
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EL POLLITO INQUIETO

Había una vez un pollito al que su madre y sus cuatro hermanos le llamaban “El Inquieto”, ya que siempre se aislaba en algún rincón de su corral buscando aventuras, y cuando era la hora de comer o dormir, le ordenaban con energía para que volviera pronto.

Cierto día, la mamá gallina, juntó a sus cinco pollitos para ir a dar un paseo por el bosque, era tan divertido el paseo que no se dieron cuenta que no estaba con ellos “El Inquieto“. Cuando se dieron cuenta de su ausencia, optaron por repartirse y tomar decisiones distintas para así buscarlo más rápido.

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Después de mucho tiempo de búsqueda y de haber recorrido un largo tramo del bosque, los hermanos y la mamá gallina le llamaba gritando sin parar. Uno de los pollitos escuchó que por encima de los árboles recorría en raudo vuelo, un gavilán hambriento. 

Al pollito le entró el pánico, porque su hermano había sido cazado por el ave rapiña. Se fue corriendo en busca de su mamá y sus hermanos para pasarle la voz del peligro. 

La madre gallina una vez alertada por su hijo, les ordenó a todos que se camuflaran dentro de las ramas para no ser vistos por el gavilán.

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